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Deporte, Nazismo y Mercado
3. Tercera objeción: "el deporte de élite fomenta el dopaje".
Mi defensa del deporte de élite podría justificadamente ser calificada de ingenua si no fuera completada por una discusión seria de los aspectos oscuros del profesionalismo y el comercialismo que lo caracterizan actualmente. Sin duda, los atletas de primer nivel están sometidos a grandes tentaciones. La importancia de la victoria en el marco del deporte de élite profesional aumenta sin dudas la tentación de obtener el triunfo mediante cualquier medio, incluso a través de un "atajo" ilícito. Las tácticas antirreglamentarias, si bien no proveen excelencia en la rama deportiva escogida, pueden de todas maneras llegar a asegurar la situación económica del atleta y proveerle fama y respeto público, al menos mientras su estrategia ilícita no sea descubierta.
Uno de esos "atajos" contrarios a la normatividad vigente en el área del deporte es el dopaje. Una objeción frecuentemente dirigida contra el deporte de élite es justamente que el profesionalismo y la comercialización inherentes al mismo fomentan la utilización de substancias prohibidas destinadas a optimizar la prestación deportiva. En el próximo punto, discutiré esta última objeción al deporte de élite.
Para hacerlo, intentaré simplemente analizar si la prohibición que pesa sobre el dopaje es justificada, revisando los distintos argumentos a favor y en contra de la misma. Las razones esgrimidas por los partidarios de liberar el uso de substancias que incrementan la prestación deportiva se basan, principalmente, en el argumento de la transparencia y en el de la autonomía personal.
3.1 El argumento de la transparencia.
La transparencia consistiría en poder saber a ciencia cierta cual es el estado de cosas en lo referente a las habilidades deportivas de los distintos atletas. Sabemos que Ben Johnson se dopaba, pero no sabemos si, por ejemplo, Carl Lewis, lo hace. En realidad, existen indicios (por ejemplo, cifras obtenidas en colleges y escuelas medias norteamericanos) que permiten inferir que la práctica del dopaje está mucho más difundida de lo que el número de atletas que dan positivo en los tests antidopaje permite afirmar. Éso significa que, al vitorear al vencedor de una justa deportiva, mientras exista la prohibición, nunca podremos saber si estamos vitoreando a alguien que no se dopa, o a alguien que lo hace inteligentemente y sin ser descubierto. Abolir la prohibición impuesta sobre el uso de dopaje en el deporte profesional haría sin duda que la actividad se volviera más transparente.
3.2 El argumento antipaternalista
La posición prohibicionista es sustentada, entre otros, con el argumento de que la ingestión de drogas artificiales con el único objeto de mejorar la prestación deportiva es perjudicial para la salud del atleta. Hay varias dificultades relacionadas con esta afirmación.
Primero, no todas las proscripciones están dirigidas a drogas. Además, no todas las drogas son "artificiales". Por ejemplo, el llamado "dopaje sanguíneo" no es ni siquiera una droga. Y, aún más evidente, no es "artificial": que puede ser más natural que almacenar la propia sangre, para luego reinyectarla con el objeto de aumentar la capacidad de la sangre de transportar oxígeno? Y la testosterona misma - principal ingrediente de los anabólicos esteroides - es la hormona masculina naturalmente producida por el organismo humano.
Una segunda dificultad es la de establecer una clara línea divisoria entre las llamadas drogas restauradoras de las condiciones de competitividad, y las drogas incrementadoras de esas condiciones. Está establecido, por ejemplo, que una aspirina es una droga restauradora, mientras que un esteroide es una droga que aumenta la capacidad competitiva. Supongamos que yo me haga aplicar una inyección de cortisona (que es un esteroide) el día de la competencia para aliviar una tendonitis. O que antes de competir me tome una aspirina para calmar un dolor de cabeza. Ambas ingestiones contribuirán a mejorar mi prestación deportiva. Son restauradoras o incrementadoras? Los prohibicionistas resuelven esta cuestión prohibiendo la ingestión aún de drogas restauradoras durante el período inmediatamente anterior a una competencia. Ésto es, por supuesto, como debe ser: de que otra manera se podría establecer la veracidad de la afección de tendonitis o de la jaqueca?. Pero qué pasa con otras técnicas de hecho aceptadas en el deporte de élite? Hace unos años, la corredora de media distancia Mary Decker Slaney decidió someterse a una intervención quirúrgica para aliviar el dolor que sentía en sus piernas. Como consecuencia del duro entrenamiento, los músculos de sus piernas se habían vuelto demasiado grandes y no cabían dentro de las membranas musculares. La operación consistió en realizar un corte en las membranas, con el fin de permitir el continuo crecimiento de sus músculos. La operación le alivió el dolor - fue entonces restauradora. Pero también le permitió incrementar su capacidad competitiva: pudo continuar corriendo sin molestias. El dolor - es importante tener presente - se podría haber eliminado simplemente disminuyendo la intensidad del entrenamiento, reduciendo así el volumen muscular. Es una tal operación restauradora o incrementadora de la capacidad competitiva?.
Una dificultad todavía mayor es la de establecer si la utilización de substancias que mejoran las marcas deportivas de hecho produce daños físicos y/o psíquicos irreparables a los atletas. Con frecuencia, la supuesta evidencia sobre los peligros del dopaje para la salud del atleta es esquemática y ha sido obtenida en estudios realizados en condiciones no controladas (por ejemplo, sin debido control de las cantidades de substancias ingeridas y del período de ingestión). La estrategia general de los prohibicionistas ha sido la de presuponer esos efectos perjudiciales para la salud y, sobre esa base, proscribir el uso de toda substancia artificial mejoradora de la prestación deportiva. Pero, al mismo tiempo, se tolera la existencia de especialidades deportivas que conllevan tanto o más riesgo para la salud de los atletas que las substancias proscritas. No se debería prohibir, siguiendo el razonamiento que se aplica con las substancias para mejorar las marcas atléticas, el boxeo,! el alpinismo y, en general, todo tipo de deporte que genere serio riesgo para la salud del deportista?
En resumen, la posición prohibicionista está plagada de arbitrariedades conceptuales y de delimitaciones caprichosas a la hora de proscribir o aceptar una determinada práctica o técnica deportiva. Como quiera que sea, para hacer posible la discusión, en lo que resta de esta presentación partiré del presupuesto de que ciertas substancias incrementadoras de marcas deportivas son nocivas para la salud de quien las utiliza. Justifica, entonces, esta circunstancia prohibir su uso con el fin de proteger la salud de los usuarios? La respuesta, al menos para un filósofo, no debería ser obvia. Una tal prohibición viola el principio antipaternalista formulado por John Stuart Mill, según el cual la única razón válida para que la sociedad interfiera con la libertad de acción de un individuo es prevenir daños que la acción proscrita pudiera ocasionar a otros individuos, distintos del agente. Mill es bien explícito al subrayar que el bien, ya sea físico o mental, del propio agente nunca puede justificar la intrusión de la sociedad en su esfera de decisión personal. El principio de Mill está a la base de la concepción liberal del respeto a la autonomía de las personas. Por mi parte, considero a esa concepción, no sólo sostenible, sino también deseable.
En contra de esta línea argumental, y con el debido respeto a Mill, se podría sin embargo señalar que nuestras sociedades reales no designan su política exclusivamente según el principio antipaternalista. Muchas veces, el fin de prevenir la disutilidad agregada que se produce como consecuencia de las decisiones autónomas aisladas de los individuos es considerado como condición suficiente para legislar en un área determinada de la vida social, aún cuando se trata de conductas que, al menos a primera vista, sólo afectan a quién las realiza. Baste nombrar el ejemplo del uso obligatorio del cinturón de seguridad al conducir un vehículo automotor y la prohibición de utilizar ciertas drogas recreativas.
Sin embargo, el riesgo que el dopaje supuestamente conlleva para la salud del atleta no es comparable al riesgo que se pretende prevenir mediante la prescripción del uso del cinturón de seguridad o la proscripción de drogas recreativas. La práctica de conducir automóviles está mucho más difundida que la del deporte de élite. Y la cantidad de personas que se tornarían adictas a las drogas recreativas de abolir la prohibición serían probablemente mucho mayor que las que se dedicarían al deporte competitivo usando dopaje. Por lo tanto, el beneficio social (en términos de salud) que se obtiene adoptando una política de "paternalismo deportivo" difícilmente llegue a ser superior al costo moral de tratar a los deportistas de élite como individuos incompetentes.
Otra táctica abierta para el prohibicionista sería cuestionar que la prohibición está destinada exclusivamente a proteger la salud del atleta. Haciendo recalcar el rol de modelos sociales para la juventud que los deportistas de élite tienen, el partidario de la prohibición podría afirmar que permitir el libre uso de substancias incrementadoras de la prestación deportiva ejercerá una marcada influencia en los jóvenes dedicados al deporte, haciéndolos emular los hábitos de consumo y técnicas de entrenamiento de los deportistas mayores. De esta forma, el prohibicionista podría refutar la referencia hecha por el abolicionista al principio antipaternalista de Mill: por una parte, las decisiones de los jóvenes no pueden ser consideradas como responsables o informadas y, por otra parte, la prohibición se justificaría, no para proteger a quien se dopa, sino a terceros incompetentes.
Razonable como esta objeción parece ser, presenta - sin embargo - dificultades, a mi parecer, insuperables. Primero, los atletas no son los únicos modelos sociales que jóvenes y niños tienen. Los modelos primarios, en realidad, son los padres. Y si bien se critica a un padre que predica a su hijo una línea de conducta sin practicarla - por ejemplo, el fumador que intenta convencer a su hijo para que no fume - hasta la fecha a nadie se le ocurrido incorporar una norma que penalice a padres fumadores por dar un mal ejemplo a sus hijos. Además, normalmente, los padres hacen cosas que no le están permitidas hacer a sus hijos. Por qué habría de ser distinto con los atletas?.
Se podría pensar que este razonamiento es demasiado abstracto y que no toma debida cuenta del hecho de que las figuras del deporte son, no sólo seguidas con admiración por el público joven, sino también imitadas en sus actitudes. La gran cobertura medial de la que disfrutan (si es un disfrute) los atletas famosos los convierte entonces, lo quieran o no, en modelos sociales a imitar por otros, en particular, aquéllos aficionados al deporte a quienes, debido a su juventud, no se les puede razonablemente atribuir autonomía de decisión, y que, por esa razón, necesitan (digamos así) ser protegidos de sus propias decisiones.
No obstante éso, no se les ha prohibido por ley a los atletas de élite fumar o beber alcohol, pese a que probablemente esos hábitos serán transmitidos por el ejemplo a los atletas y al público más joven. Otra vez, entonces, cabe preguntar: Por qué habría de procederse de manera distinta con el dopaje? [Cabe señalar que los daños causados por el excesivo uso de tabaco son probablemente mayores que los que causa el uso médicamente controlado del dopaje].
Finalmente, aún reconociendo el riesgo de que los jóvenes sigan el ejemplo de los atletas que se dopan, de ello no se sigue que la medida adecuada para combatir esa influencia sea la proscripción. Por qué no proponer que, ante la permisibilidad del dopaje en el seno del deporte mayor, el diálogo y la comunicación entre entrenadores y padres, por un lado, y los deportistas jóvenes, por el otro, sean incrementados a los fines de, justamente, hacer conscientes a los jóvenes atletas de los eventuales riesgos del dopaje, de forma tal que, llegado el momento, realmente puedan tomar una decisión informada. Sea cual fuere el resultado de esa labor de información, una mayor cercanía en la relación entre unos y otros contribuiría, sin duda, mucho más a mejorar la calidad de vida que la simple vigilancia de una prohibición.
Otro intento de circunvenir el principio antipaternalista de Mill consistiría en afirmar que, en caso de que se permitiera, el uso de dopaje en la preparación de ciertos atletas crearía una situación en la que aquéllos atletas que, por razones de prudencia, prefieran abstenerse de correr ese riesgo, se verían coaccionados a doparse para esa injustificada desventaja inicial.
Así, si yo me entreno cuatro horas por día para una competencia, mientras que uno de mis rivales se entrena seis, ese competidor me estaría haciendo objeto de coacción, ya que yo me vería obligado a aumentar las horas de entrenamiento para no perder la competencia.
En este caso, el argumento de la coacción, aplicado consecuentemente, lleva, sin embargo, a conclusiones absurdas. Supongamos que yo trabajo en una empresa y que el horario de trabajo termina a las 18 hs. Un colega - supongamos, sin familia - se queda casi todos los días trabajando hasta las 20 hs. Yo no deseo prolongar mi jornada laboral porque deseo irme a casa y estar con mi familia. Se podría afirmar que la conducta de mi colega me somete a una cierta presión: si no quiera perder espacio en la empresa, debería emularlo y seguir su ejemplo. Pero sería justificado increpar a mi colega exigiéndole que cese de coaccionarme a los efectos de que permanezca en mi trabajo por lo menos dos horas más? Evidentemente, la respuesta que obtendría sería que yo tengo derecho a decidir las prioridades que rigen en mi vida, así como ella - mi colega - decide las suyas. En todas los campos de nuestras actividades, nos sometemos a ciertas presiones y rechazamos otras, dependiendo de la valoración que hacemos. Por qué tendría que ser distinto en el campo del deporte de élite?. Como W. M. Brown lo ha expresado: "Los atletas, como el resto de nosotros, deben sopesar los riesgos y los beneficios de las elecciones que hacen; nadie los fuerza a perseguir el oro olímpico."
Ahora bien, esta respuesta puede parecer un poco hipócrita. Al fin y al cabo, atrás de la lucha por un oro olímpico, hay a menudo años de sacrificio y privaciones autoimpuestas. Supongamos que un atleta ha invertido los diez mejores años de su vida en su carrera deportiva. En un momento dado del desarrollo del deporte profesional, se da cuenta de que casi todos en su especialidad se dopan. Por lo tanto, la elección que ella confronta es la de, o bien aceptar doparse como los demás, o bien negarse a hacerlo y tirar por la borda diez años de sacrificio. Sería razonable afirmar que la deportista del ejemplo está en condiciones de decidir libremente si doparse o no? No es ésta una presión de tal magnitud que la situación bien puede equipararse a la de ser coaccionado?.
Es probable. Sin duda, las intuiciones de uno y otro ante este ejemplo difieren. Sin embargo, a mí me parece que la situación que el presente ejemplo describe no se distingue en nada de la que, sobre todo en el cambiante y tecnológicamente exigente mercado laboral moderno, cualquier trabajador o profesional confronta de tanto en tanto. Muchas veces, mantener la competitividad en el mercado laboral tiene un costo elevado, incluso en términos de salud, como en el caso de nuestra deportista. [Los filósofos sabemos bastante de ésto, sobre todo en relación a la salud psíquica!]. No veo ninguna razón por la cual los deportistas de élite tendrían que gozar de privilegios que ni siquiera a los filósofos se conceden.
Los argumentos en contra de las violaciones reglamentarias en general ("hacer trampa") en el deporte, y el dopaje en particular, son principalmente tres:
(a) el argumento definicional (basado en la llamada "tesis de la incompatibilidad lógica") entre transgresión y ejercicio de una actividad regulada). En forma breve, esta tesis consiste en afirmar que las reglas definen el juego; y, por lo tanto, quien viola las reglas, cesa de jugar el juego. En las palabras de Warren Fraleigh:
"...competir, ganar y perder en el deporte atlético son inteligibles sólo dentro del marco de reglas que definen un deporte competitivo específico; una persona puede hacer trampa en un juego o competir en él, pero le es lógicamente imposible hacer ambos. Hacer trampa es cesar de competir."Quien viola la regla que prohibe doparse, entonces, cesa de participar en el juego. Por lo menos, así podría formularse esta crítica al dopaje.(b) el argumento de la igualdad de chances, presentado, entre muchos otros, por Gunther Luschen, quién considera que:
"Hacer trampa en el deporte es el acto a través del cual las condiciones manifiesta o latentemente acordadas para ganar una tal contienda son cambiadas en favor de una de las partes. Como resultado, es violado el principio de igualdad de chance más allá de diferencias de habilidad y estrategia."El dopaje, entonces, viola la igualdad de chances que debe caracterizar una competencia deportiva.(c) el argumento acerca del propósito de la actividad deportiva, según el cual, la trampa en general, y el dopaje en particular, interfieren con el fin de la competencia deportiva. Ese fin ha sido definido en los siguientes términos:
"La competencia atlética está designada a servir un propósito específico - la determinación objetiva y precisa de actuación superior y, últimamente, de excelencia."Y, según Kathleen Pearson:"Cuál es el propósito de las actividades atléticas? Sugiero que el propósito de estos juegos es (...) es testar la habilidad de un individuo, o grupo de individuos, frente a la habilidad de otro individuo, o grupo de individuos, con el objeto de determinar quién es más habilidoso en una actividad particular bien definida."Aplicado a la cuestión del dopaje, entonces, el presente argumento dice que la existencia del dopaje impide coronar al más excelente entre los participantes de una competencia deportiva: el dulce sabor de la victoria sería degustado, no por el atleta más habilidoso, sino por el que más efectivamente hubiera manipulado su condición fisiológica.
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Lecturas: Educación Física y Deportes. Año 2, Nº 7. Buenos Aires. Octubre 1997
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